TEXTO POR CARLOS PALACIOS

Carlos Palacios
Curador, Museo Carrillo Gil
Julio, 2014

Creo que lo más sano que le puede deparar al universo del arte mexicano  y específicamente a la maltratada pintura es que se editen libros como el de Cecilia Vázquez. Si desde hace años (podríamos decir décadas) los museos suelen ver con ojeriza a esta técnica artística, lo más sano parecería transformar el espacio de exhibición en este conjunto de papel, tela y cartón y que tan impecablemente armó el editor de este libro, Uzyel Karp. Así, la exposición se transforma y podríamos decir que no estamos presentando un libro sino inaugurándolo, como una muestra que todos nos llevaremos, miraremos y leeremos.
Que yo como curador (y de un museo) diga esto, haría parecer que lanzo al aire un anatema en mi contra, pero no es tan así. Finalmente el lugar de la pintura no es tanto una pared sino una página en blanco. Y hacia allí siempre recurrimos para ver obras de arte. Por lo tanto y finalmente, lo más acertado es hacer un libro y no gestionar una exposición -evento efímero donde los haya.
Es aún mas grato celebrarlo por cuanto el libro de Cecilia es verdaderamente un placer visual cuyo principal mérito radica en que es también, y a su vez, una obra de la propia Cecilia y no un simple soporte para exponernos su pintura.
Sin ser espesamente didáctico, el libro explica mucho de sus intereses como artista: su evolución desde una pintura abstracta, cuya vocación natural era la de manifestarse como una trama de pinceladas para atrapar el espacio hasta estos cuadros últimos donde Cecilia organiza su universo de motivos, que como patrones se distribuyen en la superficie del cuadro e invalidan aquella máxima que ya tiene mas de cien años –ciento seis para ser exactos- del arquitecto alemán Adolf Loos : Alguien que viva en nuestro nivel cultural no puede crear ningún ornamento. Una frase lapidaria de Loos de su ensayo Ornamento y delito, que expiró hace tiempo.
Por que la verdad, la pintura de Cecilia Vázquez no es otra cosa que unacelebración del ornamento y de la transformación de cualquier motivo pictórico en un detalle decorativo. Del mismo modo, Cecilia pone en una situación complicada la perspectiva de otro arquitecto, Mies van der Rohe, que delineaba su arquitectura y el futuro minimalismo artístico de los sesenta desde aquella frase, ya clásica : menos es más, reduciendo la experiencia sensible a lo concreto.
Como lo acabo de decir, Cecilia Vázquez atenta contra esa visión moderna de lo reductivo y lo concreto. Su pintura es todo lo contrario: la celebracióndel detalle, de lo nimio, de lo que no que atendemos. En una conversación del pintor inglés Francis Bacon mantenida con Peter Beard en 1975, él asegura que los periódicos de desecho que cambian de color a la luz del sol, los huesos y cuerpos de animales ya no vivos y que han estado en el mar o en la arena y bajo el sol por un buen tiempo, gradualmente se transforman en otras cosas. Hay una especie de belleza en ello, una especie de magia.
Yo creo que bien visto y leído este libro expone –y acá utilizo con total conciencia este verbo- todo el imaginario pictórico de Cecilia Vázquez. Piénsese por un momento en una artista que pinta balones de futbol junto a pequeños higadillos de pollo. Sesos y rosas sobre unos arabescos que recuerdan motivos barrocos, patrones parecidos a aquellos que la historia de las artes aplicadas llaman de estilo auricular: un motivo decorativo que se inventaron unos hermanos holandeses, Paulus y Adam van Vianen, que se dedicaban a la platería y que, como su nombre lo indica, estaban basados en partes del cuerpo humano, en cartílagos, huesos y membranas . Es decir, estos plateros convertían en jarras de plata una mezcolanza inidentificablede partes anatómicas. Lo que hacían los hermanos van Vianen no era otracosa sino valorar el detalle, uno intrascendente del cuerpo humano, como el lóbulo de la oreja, por ejemplo, y hacerlo el protagonista de la obra. Una operación como la que Cecilia hace en sus pinturas, con esos motivos que como dice el gran pintor inglés Francis Bacon tienen su magia: la magia de lo abyecto, de aquello que se descompondrá justo después de ser pintado. Los hígados de pollo, las rosas, los intestinos. Como los cadáveres de animales que ve Bacon y que olieron los vecinos y las autoridades de París en elestudio de Chaim Soutine. Un pintor excéntrico y maravilloso que se compró
un buey desollado completo para poder pintarlo justamente en ese momento de inmediata belleza antes de su putrefacción.
Me consta que Cecilia no llega a esos extremos, pero que como a Soutine le interesa lo que esta mas allá de esa carne macilenta. Como él, lleva a su estudio las pequeñas carnes para dibujarlas, pintarlas e incorporarlas a sus pinturas que, como unas cartelas dieciochescas, enmarcan su belleza vanidosa.
Cuando tengan en sus manos este bello libro, entenderán mejor todo esto de lo que les hablo. Cecilia Vázquez eleva todo este universo formal aparentemente olvidado en los anales de historia del arte a un lugar atravesado por la sensibilidad contemporánea. Creo no equivocarme al decir que el libro es fiel reflejo de esa voluntad que define la pintura de Cecilia, de no perderse de nada, como ella confiesa en la conversación que sostuvimos y que está allí en el libro. Creo que Uzyel Karp, editor, entendió perfectamente la obra de Cecilia, de tal modo que el libro pasa de una obra a un detalle magnificado y de nuevo a una disposición de las reproducciones de las obras de manera acostumbrada, acompañando el texto. Estos giros de una mirada que se posa en el cuadro y al pasar la página se nos abren a los detalles en toda su magnitud técnica y conceptual dan cuenta efectivamente del valor inmenso que tienen para Cecilia los aprestos de las técnicas que domina como el dibujo y la pintura. Pero sobretodo, lo que me parece fundamental es la intención de exhibir la importancia del detalle. De ese detalle que lo es el todo. El fondo y la figura del título, el centro y la periferia.
Invalidando y parafraseando aquella sentencias de Loos y Van der Rohe, Cecilia y el libro de su obra demuestran el valor inmenso, complejo y sensible que tiene el ornamento y sobre todo esa reunión de detalles que hacen de la pintura más y no precisamente menos. Y sobre decir que Dios está en los  detalles.

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